El orden del Caos (5/7)
Aun siendo el más joven de los reinos del norte, sobre las calles de Minarett se han vivido tantas historias que los bardos no tendrían años suficientes para poder contarlas.
Tras su fundación, décadas atrás, Minarett ha sido de entre todas las ciudades la que más ha crecido con respecto a sus vecinas.
Situado a orillas del río Lágrima de Ylses, y sumergido en un hábitat hostil y peligroso, el feudo de Darkófenes se ve rodeado por los reinos humanos de Sálazan y Haer, así como las tierras enanas de La Forja, y el hogar boscoso de los elfos de Luna Gris. Además, hay que añadir pequeños asentamientos de hombres-rata, trasgos y otras criaturas de Bafomet.
Esta mezcolanza ha supuesto un caldo de cultivo propicio a la guerra y el caos durante siglos, sólo sofocado, en cierta medida, con la llegada de un enemigo común: el imperio Oscuro.
Las cada vez más extensas raíces del imperio invasor han propiciado que los distintos reinos que antes batallaban por el control del norte se unan en un delicado equilibrio para contrarrestar el arrollador avance de los Oscuros. Y esta relativa unión, ha sido posible gracias a un sólo hombre: Darkófenes.
A pesar de su derrota, el rey brujo siempre mantuvo su mente activa, manejando desde su retiro los hilos inconexos de la guerra contra los Oscuros. De su privilegiada inteligencia salieron numerosos ataques fructuosos contra las huestes atacantes, así como planes y emboscadas que retrasaron el avance de lo inevitable.
Su maestría, tanto con la magia, como con la diplomacia, pronto fue bien apreciada por el resto de reinos norteños. Su habilidad con la palabra y su dialéctica para convencer al resto de soberanos recompensó a Darkófenes con una confianza inusitada para un recién llegado.
El resto de líderes obsequió a Darkófenes con el derecho a establecer su propio territorio y fundar un nuevo reino. Este nuevo territorio haría las veces de centro de comunión con el resto de la oposición, otorgando a Minarett el título, no escrito, de capital de la resistencia. Un lugar de no agresión, donde enanos, elfos, trasgos, y demás razas del continente, eran bienvenidas bajo la protección del rey brujo.
De este modo fue como delegaciones de los diferentes reinos adyacentes establecieron sus embajadas dentro de los límites del gobierno de Minarett.
Al mismo tiempo que los Oscuros avanzaban, la urbe crecía en extensión y con ella, su influencia y poder. Hasta tal punto que, cuando la disciplinada horda de los Oscuros atracó por fin a orillas de los reinos norteños, la evidencia de su importancia se hizo tan patente que ni siquiera los terribles conquistadores del continente se atrevieron a desestabilizar aquel delicado equilibrio.
Aun con poder suficiente como para arrasar aquel pedazo de tierra que les quedaba, los Oscuros, decidieron invitar al resto de reinos existentes a una paz sometida a su mandato. Mantendrían sus derechos de gobierno, pero supeditados, en última instancia, a los designios de su imperio.
Todos aceptaron. Incluido Darkófenes. Su guerra había terminado, y velando por los intereses de su gente, optó por mantener su reino en paz bajo la atenta mirada de los Oscuros… al menos, por el momento.